Razones para un suicidio
Hoy mismo se ha dado a conocer que la causa de la desgraciada muerte de Miguel Blesa, D.E.P., ha sido el suicidio, una vez realizada la autopsia de su cadáver.
En este artículo, breve y respetuoso con el fallecido, me propongo apuntar los indicios que habrán sido valorados para determinar que Miguel Blesa se suicidó, es decir que su muerte no fue por accidente, y también los aspectos psicológicos que se desencadenan en quienes se ven incursos en un proceso penal con probable condena de cárcel, que en el caso de Blesa quizá pueda haber coadyuvado a su decisión de acabar con su vida.
¿Qué indicios permiten determinan que fue suicidio y no accidente?
En general, y seguro que ha sido así en el caso de Miguel Blesa, para determinar como suicidio una muerte por arma de fuego se han de considerar, y con mucho peso, los posibles desencadenantes del suicidio, es decir, problemas o incertidumbres graves que la víctima pudiera estar atravesando o situaciones o circunstancias objetivas en su vida que pudieran hacer relativamente lógica su decisión.
Adicionalmente, es capital analizar la actuación del fallecido anterior a su muerte, y discriminar si realizó actos preparatorios de su suicidio y si su comportamiento previo se puede considerar razonablemente compatible con el mismo. Muchas veces esto es concluyente, por haber dejado el fallecido evidencias de su intención (la usual carta) o por haber realizado actos de despedida -a veces crípticos pero reveladores de su intención una vez llevada a cabo-, o bien por los actos preparatorios materiales, como puede ser por ejemplo el haberse hecho con un mecanismo auxiliar (p.e., una varilla) para accionar el gatillo de un arma larga apuntada sobre su cara o sobre su pecho.
Desde un punto de vista más de análisis forense y de policía científica, es igualmente necesario analizar cuidadosamente la escena del suceso, la posición del cadáver, la situación final del arma empleada, la distancia estimada del disparo –que casi necesariamente ha de ser a cañón tocante en el suicidio-, la trayectoria del proyectil (tanto distancia como trayectoria las determinan fundamentalmente la ubicación y características de los orificios de entrada y salida), y los resultados toxicológicos (p.e., la situación y densidad de restos de humo y de pólvora).
Todo ello es clave. No obstante, dada la enorme complejidad de la condición humana y la amplísima casuística de comportamientos que de eso se deriva, el sano escepticismo debe regir el análisis y es imperativo plantearse la posibilidad de hechos atípicos o extraños y, por tanto, dar gran relevancia en la formación de la convicción final a lo que podríamos denominar autopsia psicológica de la víctima.
En este sentido, valga una pequeña reflexión sobre los aspectos psicológicos típicos que se desencadenan en las personas que se ven inmersas en un proceso penal con probable condena de prisión, ciertamente no en todas, pero sí en muchas, las más sensibles o vulnerables psicológicamente.
Consecuencias psicológicas de las penas de cárcel
Con mayor o menor intensidad, los condenados a penas de prisión, especialmente cuando su condena es de notorio conocimiento público, como podía ser el caso de Miguel Blesa, tienen frecuentemente una percepción íntima de sí mismos como inadaptados sociales, como personas apestadas con las que nadie quiere relacionarse.
Esa percepción les hace proclives al desánimo, incluso a la depresión -por aislamiento social y por ausencia de expectativas de futuro halagüeñas-, y también a la ansiedad, al miedo generalizado -por lo que aún les pueda quedar por pasar (padecimientos físicos, confiscación de su patrimonio, imposibilidad de volverse a incardinar normalmente en sociedad, perjuicios a sus familiares, etc.)-.
Hay que tener en cuenta que la cárcel es dura. En prisión se sufre por la privación de libertad, indudablemente, pero también por las condiciones materiales: ruptura del espacio, todo él limitado y a un mismo nivel, monocromía (el mundo casi en blanco y negro), un rumor permanente, inacabable, solo alternado con altos niveles de ruido puntuales, una comida insípida y monótona, y un persistente olor desagradable, también monótono.
Y a veces la cárcel es aún más dura para el que ya la ha probado y está a la espera de volver a ella, como podía ser Miguel Blesa, que para quien ya la está sufriendo, que ya está “metido en la rueda”.
Por otro lado, lo coercitivo del propio proceso penal, que normalmente no solo conlleva la privación de libertad sino también otras medidas cautelares o de seguridad (embargos o confiscaciones de naturaleza patrimonial), les lleva a los afectados a sentirse desamparados, como si una apisonadora les estuviera arrollando, y a sentirse con pérdida de control sobre su propia vida, que ven regida plenamente por los poderes del Estado. Una sensación, por cierto, bastante demoledora.
Como colofón, algunos de ellos, especialmente empáticos con sus seres queridos, desarrollan conciencia de haberles infringido un daño irreparable, fundamentalmente en su honor, solo mitigable con un acto de dignidad y gran impacto social y humano. Y aquí entronca el comportamiento suicida.
Termino haciendo mías las palabras de Concepción Arenal: “Odia al delito y compadece al delincuente”.
Descanse en paz Miguel Blesa.
Abogado súper especialista en Penal Económico Rafael Abati